Abstract
Sentada en un bar, mientras Simone de Beauvoir lee mi artículo de la semana pasada, la miro. Ninguna madre burguesa tendría de qué quejarse: la señora Beauvoir tiene una blusa cuidadosamente planchada; está fresca como una rosa, su rostro es terso y limpio, de ella emana un discreto perfume, es verdaderamente perfecta. Su rebelión contra su familia y su entorno, tan bien descrita en las Memorias de una joven formal, no se muestra en los detalles de la vestimenta. No, definitivamente, Simone de Beauvoir no tiene la agresividad "amazónica" al límite.