Abstract
Una poderosa intuición atravesaba el discurso con el que Jawaharlal Nehru, en la medianoche del 15 de agosto de 1947, se dirigía a la asamblea y, a través de la radio, a millones de indios esperanzados y jubilosos: “Hace muchos años fijamos una cita con el destino; ahora llega el momento de cumplir nuestra promesa. Cuando suene la hora de la medianoche, mientras el mundo duerme, la India despertará a la vida y a la libertad”. La estabilidad del futuro de la India y su democracia solo se alcanzarían rescatando de su olvidada historia y su denostada tradición las raíces democráticas silenciadas durante tanto tiempo por la devastación intelectual producida por el colonialismo y su infame ejercicio, que encerró al país en un anquilosado arquetipo atemporal, en el que la religiosidad, la mística y la espiritualidad se establecieron como señas de identidad y orgullo de un pueblo que acabaría por identificar lo genuinamente indio con aquello que se desmarcaba de lo “presumiblemente” occidental, hasta acabar convirtiéndolo en un elemento de lucha y afirmación contra la metrópoli, desterrando de la dignidad india su pasado más racional y argumentativo.