Abstract
Los filósofos han construido la filosofía a partir de la reflexión sobre el hombre y su realidad circundante más inmediata. Al menos en la época presente, la filosofía en cuanto reflexión sobre el ser, debe partir —en mi opinión— de la consideración atenta de los artefactos que constituyen casi en su totalidad —con excepción de los seres humanos y de algunos pocos animales y plantas que hay en nuestro ámbito habitual— el mundo efectivo en el que nos encontramos: la pluma con la que escribo, el papel, la mesa, la silla, los libros, los cigarrillos, la habitación y todo el edificio en el que estoy, incluso las palabras que estoy garabateando, la lámpara que me ilumina, quizás también la luz eléctrica que despide la bombilla: ¿no son todas esas cosas artefactos? Me permito aventurar de antemano que esas cosas, los artefactos, son los elementos relevantes para el filósofo de nuestros días: la noción de artefacto —que tiene una vetusta tradición— puede proporcionar un modelo racional explicativo válido para afrontar viejas y nuevas cuestiones de la metafísica y del lenguaje.