Abstract
Debemos distinguir el pensamiento del conocimiento, en particular en lo que respecta a la Modernidad, desde el Renacimiento italiano, que vio emerger el conocimiento objetivante (Koyré, 1977), que es siempre nuestro ideal de conocimiento, incluso en la época de la escritura numérica. El pensamiento, como lo recuerda H. Arendt (1993), es un flujo natural ilimitado que habita a cada uno de nosotros, sin relación con la cultura, la instrucción, el género sexual, la clase social, los modos de legitimación de los discursos e, incluso, las cosméticas. Es lo que indicaba Lenin cuando reivindicaba el comunismo como la posibilidad de un conserje de hacer política. Rancière no dice algo diferente cuando evoca la igualdad de las inteligencias.