Abstract
Nadie sabe lo que quiere la Justicia porque la justicia no se deja escribir.
Cuando digo escribir, digo instituir. La Justicia no se deja instituir.
Con ello debe lidiar la actividad judicial, con el límite mismo, con la
propia imposibilidad. Límite que exhibe oculto que hay algo allí que
no hace cuerpo. Que hay algo que el orden de lo simbólico no logra
apresar. Legendre decía: en occidente, instituir es escribir. Instituir a los
hombres es ante todo, escribirlos, inscribirlos, ¿marcar sus cuerpos?
Kafka lo sabía bien.
La democracia enfrenta también un desafío similar: asumir que el signo
de lo ilimitado la acompaña en el regazo mismo que la dialéctica de la
modernidad le ofrece. Los escritores, señala Milner, han descripto
lo ilimitado para condenar sus consecuencias y sustraerse a ellas,
como el caso de Rousseau, o para constatarlas y combatirlas mediante
estrategias de inversión, de Baudelaire a Brecht.Arrasar con la diferencia es no soportar el límite, aquello que hace borde, aquello que no se deja decir. En otras palabras no aceptar la falta en el lenguaje.
El presente trabajo pretende mostrar que es, precisamente, el punto de
cruce que constituye el límite mismo, el lugar que aloja un encuentro posible
entre justicia y democratización. El límite, lejos de clausurar, posibilita
aquel enlace, lo augura. Es a nivel del lenguaje que esta relación requiere
ser situada. Democratizar la lengua supone horizontalizarla, en otras palabras, abogar por la apertura y circulación del sentido. Son las teorías críticas del derecho las que aportan las herramientas necesarias para pensar esta articulación. Como señala
Cárcova, es en el campo del sentido en donde el derecho adquiere su
especificidad y produce los efectos que le son propios. Profundizar la democracia desde el campo jurídico exige, ante todo, democratizar al derecho mismo.