In Ildefonso Murillo (ed.),
Religión y persona. Ediciones Diálogo Filosófico. pp. 793-805 (
2006)
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Abstract
Si decidiésemos clasificar las teorías éticas en “inmanentistas” (aquellas que cifran lo éticamente aceptable en algún tipo de eventos del mundo, como por ejemplo el crecimiento utilitarista del beneficio general) y “trascendentalistas” (aquellas que ubican en algún espacio más allá de este mundo y esta vida el motivo de por qué comportarnos éticamente –por ejemplo, debido a alguna suerte de recompensa ultraterrena–), entonces el pensamiento moral del llamado “primer” Wittgenstein ocuparía un lugar especial entre ambos extremos de tal dicotomía. En cierta medida, podría decirse que la propuesta ética del Wittgenstein que reflexionaba en torno a los años de composición del Tractatus guarda un delicado equilibrio que evita tanto su exclusivo sometimiento ante instancias trascendentales (fundamentos), como su asimilación total por parte de motivaciones inmanentes (provechos) a la hora de justificar el hecho de actuar de un modo correcto. En el presente artículo nos asomaremos a tal pirueta wittgensteiniana entre ambos miembros del dualismo trascendente-inmanente, y sugeriremos que el peculiar lugar en que deja lo ético, entre lo celestial y lo terrenal, acaso no sea del todo ajeno a tesis de la religión cristiana como la de la encarnación de lo divino en el mundo terreno.