En The Varieties of Reference, Evans sostiene que el contenido perceptual posee una naturaleza no conceptual. Precisamente, los vínculos informacionales entre sujeto y objeto habilitan el pensamiento singular, al permitir la localización del objeto en un entorno egocéntrico. Anclados en algunos casos en estos vínculos, los pensamientos singulares contienen Ideas adecuadas del objeto, dependientes de una determinada clasificación del mismo. Nada en el contenido perceptual equivale a este recorte conceptual del objeto en el pensamiento. Sostendré entonces (...) la necesidad de introducir la idea de una representación no conceptual de cosa que recortaría, de dicho contenido, un punto de anclaje para la representación informacional. In The Varieties of Reference, Evans claims that perceptual content has a non-conceptual nature. Concretely, the informational links between subject and object allow singular thought by permitting the localization of the object in an egocentric space. Anchored in some cases in these links, singular thoughts contain adequate Ideas of the object that depend on a certain classification of it. Nothing in the perceptual content corresponds to this conceptual cut of the object in thought. I will therefore underline the need to introduce the idea of a non-conceptual representation of thing that will cut, in that content, an anchoring point for the informational representation. (shrink)

Nuestro interés en el contenido mental no-conceptual es, principalmente, la articulación de una versión sustantiva (no-trivial) de esta clase de contenido en la experiencia perceptual. El debate acerca del contenido no-conceptual ha girado, en su mayor parte, alrededor de su existencia; y los argumentos que se han ofrecido en su favor abogan por una versión no sustantiva según la cual el contenido no-conceptual es aquel que no satisface ciertos requisitos conceptuales. Así, para desarrollar (...) una versión sustantiva del contenido mental no-conceptual hemos apelado a la versión de la experiencia perceptual de propiedades espaciales ofrecida por Evans (1982 cap. 6). A partir de esto desarrollamos un nuevo argumento a favor del contenido no-conceptual de la experiencia perceptual que lo vincula a la actividad característica de la experiencia perceptual. Por último, exponemos uno de los ataques de McDowell (1996) a la noción de contenido no-conceptual y presentamos nuestras réplicas a este ataque, mostrando su insuficiencia. Al mostrar que la crítica de McDowell no es exitosa, consideramos que podríamos tener una versión del contenido no-conceptual de la experiencia que es inmune a esta línea de argumentación. (shrink)

La tesis aborda uno de los temas centrales en la filosofía de la mente y las ciencias cognitivas: los conceptos como unidades básicas de la cognición humana. La tesis central que se defiende es que el contenido de los conceptos es determinado parcialmente por las comunidades a las que pertenecen los sujetos cognitivos, en la medida en la que dichas comunidades guían y constriñen las interacciones entre el sistema cognitivo conceptual y el entorno del que forma conceptos. La (...) novedad de la tesis es doble. Por una parte, cuestiona las teorías dominantes sobre el contenido de los conceptos —las teorías descriptivistas y las teorías naturalistas—, no solamente a partir de desafíos filosóficos que muestran sus limitaciones, sino también a partir de evidencia empírica sobre el efecto de las interacciones sociales en el contenido de los conceptos y, por tanto, en la cognición. Por otra parte, proporciona evidencia empírica sobre infantes ferales (i.e. niños salvajes), cuyo sistema cognitivo conceptual no ha recibido la guía de ninguna comunidad humana en sus interacciones con el entorno. Dicha evidencia permite sugerir que una explicación puramente naturalizada del contenido, sin la presencia de las comunidades, no puede explicar el desarrollo cognitivo conceptual de dichos infantes. Así, la tesis logra proponer un papel no trivial de las comunidades en el debate sobre la determinación del contenido semántico de los conceptos. (shrink)

En este trabajo analizo el entramado conceptual de la concepción causal de la metáfora (Davidson 1978). Para ello me enfocaré en primer lugar en su discusión con las concepciones semánticas, lo que nos llevará a discutir el tratamiento davidsoniano de la noción de significado y su distinción entre significado de la oración y significado del hablante. Luego plantearé un problema interno a este enfoque, en términos de cómo entender esta última distinción dentro del marco nominalista del pragmatismo davidsoniano. Finalmente, (...) analizaré las consecuencias de adoptar este enfoque a la hora de pensar a las metáforas como vehículos para la transmisión de contenido cognitivo. (shrink)

La investigación reciente en psicología cognitiva sobre la memoria emocional ha estudiado las distintas formas en que las emociones afectan a la memoria, sin profundizar no obstante en la comprensión de la manera en que los aspectos emocionales, afectivos y mnemónicos se encuentran estrechamente entrelazados en el contenido mismo de un acto de reminiscencia. En este artículo propongo un marco conceptual de análisis que nos permite entender los recuerdos personales como recuerdos esencialmente afectivos, y que se articula en (...) torno a dos variables continuas e independientes: por un lado, la intencionalidad del recuerdo, es decir, el objeto hacia el cual el recuerdo está dirigido, que puede ser descriptiva o evaluativa; por el otro, la perspectiva afectiva del recuerdo, que puede fluctuar desde la perspectiva de primera persona hasta la perspectiva de tercera persona. Las dos dimensiones son analizadas en profundidad y las limitaciones de este marco y las futuras líneas de investigación son igualmente presentadas. (shrink)

Resumen La metáfora de la "descomposición" domina aún nuestra manera usual de pensar el análisis conceptual. Se trata de una herramienta muy útil para pensar este proceso tan abstracto, pero tiene limitaciones importantes. Por ejemplo, nos hace pensar que los componentes de un concepto deben estar en algún sentido contenidos en él o que la única manera en que dos conceptos pueden estar relacionados es que uno contenga al otro. Estas limitaciones no nos permiten dar cuenta de conceptos complejos (...) cuya estructura no es tan simple, como los de color o de medida. Por ello es tiempo de superar esta metáfora y pensar al análisis conceptual no sólo como descomposición, sino también como la asignación de diferentes funciones a los componentes de un concepto.Our customary way of thinking about conceptual analysis remains dominated by the metaphor of 'containment', which has certainly been very useful, but which also has important limitations. For example, it makes us think that the components of a concept must be, in some sense, contained in it or that the only way that two concepts can be related is if one contains the other. These limitations have not allowed us to account for concepts whose structure is not so simple, such as the concepts of color or measurement, among others. It is time, therefore, to overcome this metaphor and think of conceptual analysis not only as decomposition but also as the assignment of different functions to the components of a concept. (shrink)

Según una historia estándar, devenida habitual especialmente por influencia del pensamiento heideggeriano, la filosofía occidental se encuentra atrapada en la trampa de la metafísica. La trampa de la metafísica centra la crítica a la metafísica en torno a la tesis según la cual el esencialismo y una concepción de la verdad condicionada por él determinan qué significa “ser” o “existencia”. Detrás de la realidad se supone un fundamento que bajo la forma de un “trasmundo” (Hinterwelt) produce una manifestación cuasi-causal, a (...) saber: el “mundo” (Welt), el cual se deja con ello concebir como la aparición del ser que se ha retraído en sí mismo. La diferencia entre ser y apariencia mantiene al pensamiento metafísico atrapado, en la medida en que éste no es capaz de reconocer esa diferencia misma como una apariencia. En Siete ensayos sobre la muerte de la metafísica, Héctor Ferreiro ofrece frente a esta historia estándar una convincente contrahistoria. Esta contrahistoria tiene su punto de partida en Hegel, quien intenta, de modo opuesto a la lectura propuesta por Heidegger, superar a la metafísica con sus propios medios y sepultarla a partir de su propia dinámica interna. Precisamente a esta superación está dedicado el debate y discusión de Hegel con el argumento ontológico. Como Kant, Hegel ve en el argumento ontológico uno de los centros operacionales de la metafísica clásica. La cuestión es, pues, cómo abordar el argumento ontológico del modo correcto desde un punto de vista crítico a la metafísica. La estrategia que ofrece Hegel consiste, como lo expone Ferreiro, en desenmascarar la distinción misma entre el ser y la apariencia producida por él como una operación de tipo conceptual. Según Hegel, la metafísica ha sido desde siempre el intento por desarrollar una teoría de la totalidad. Pero una teoría de la totalidad que coloca al ser de un lado y a su aparición del otro lado de un límite no advierte su propia operación, dado que el trazado de un límite pertenece él mismo a la teoría de la totalidad. De lo que se trata, pues, es de examinar los trazados de límite constitutivos de la metafísica para reconocerlos como productos de la reflexión y no como hechos dados que el pensamiento tan sólo debe reflejar. El movimiento de autosuperación de la metafísica que culmina en la discusión de Kant y Hegel con el argumento ontológico pertenece ya, sin embargo, a la tradición de la metafísica. Como lo muestra Ferreiro, la metafísica está a más tardar a partir de la distinción medieval entre esencia y existencia en proceso de superarse a sí misma, pues ya Tomás de Aquino logra reconocer en dicha distinción la verdadera fuente de la producción del mundo. Tomás persiste aún, sin embargo, en una concepción sustancialista, en la medida en que considera a la distinción entre esencia y existencia como un hecho in-dependiente de la teoría y del sujeto. Sin embargo, esa distinción es una operación conceptual y no un objeto que se encuentra en el mundo. En esta medida, la tesis de la distinción de razón entre ambas categorías se presenta como un indicador de la reflexión de la metafísica sobre sí misma. Ferreiro demuestra que el célebre comienzo de la Cien-cia de la Lógica de Hegel significa precisamente una profundización y radicalización de esa autorreflexión. Ahora bien, a ojos de Hegel el ser del comienzo de la Lógica es en sí mismo como tal el resultado del argumento ontológico; en su formulación clásica, sin embargo, el argumento ontológico sólo aspira a probar que hay algo (Dios), pero el argumento mismo no es como tal capaz de determinar ulteriormente ese algo –esto constituye justamente la tarea de la ontología en el sentido de Hegel, es decir, la tarea de la Lógica. Así, lo que podría denominarse en Hegel una “metafísica” es expresamente una crítica a la metafísica tradicional. En efecto, la ontología que Hegel propone en modo alguno significa una recaída en la metafísica anterior a Kant; por el contrario, en la filosofía de Hegel metafísica y crítica a la metafísica se vinculan íntimamente y con ello se cierra un círculo que se había abierto en la metafísica teológica de la Edad Media: precisamente que este movimiento estaba contenido ya programáticamente en la ontología de la distinción entre esencia y existencia es algo que Ferreiro analiza en forma clara y meticulosa. En cuanto disciplina, la ontología está hoy nuevamente en el centro de la atención de la reflexión filosófica a nivel mundial. Siete ensayos sobre la muerte de la metafísica no sólo ofrece en este respecto un análisis de índole histórica; es también una importante contribución teórica al actual retorno a la ontología. (shrink)

In this Interview, Professor Robert B. Brandom answered ten detailed questions about his philosophy of Rational Pragmatism and Semantic Expressivism, grouped into four topics. 1. Metaphysics and Anthropology, 2. Pragmatics and Semantics, 3. Epistemic Expressivism and 4. Philosophy of Logic. With his careful answers Professor Brandom offers many additional insights into his rigorously constructed account of the relationship “between what we say and think, and what we are saying and thinking about” around the human practice of asking for and giving (...) reasons. A final, additional question pointed at a principal motivation for putting together the present issue: how to reconcile Wittgenstein’s assertion that philosophy must not proffer any theories with the very explicit system of explanations Brandom has constructed. This same issue is addressed to some extent already in Professor Brandom’s new article contained in this issue, but his answer, asserting that he does not proffer a theory but only makes explicit what is already there, might be seen as an unambiguous statement of the continuous presence of a contested Wittgensteinian principle in Brandom’s work. (shrink)

Nuestro recorrido será el siguiente. En el capítulo primero examinamos la noción de unión del cuerpo y el alma que Descartes formula desde el inicio de Las pasiones del alma (§2), noción anticipada por otros textos (Principia II §2) pero muy original, y que recusa todo dualismo, en tanto concibe una unión no substancial, en la que el alma está unida, de modo más o menos estrecho, a todos los cuerpos que la afectan, como "corps de dehors", de manera tal (...) que todos los sentimientos, internos o externos, en tanto referidos al cuerpo, pueden ser ubicados en una misma exterioridad respecto al alma (sección §1). Esta noción de unión: a) coincide plenamente con la experiencia del poder o capacidad del alma para actuar sobre el cuerpo, o recibir la acción del cuerpo, de manera tal de excluir definitivamente toda referencia a la substancia espiritual, corporal o compuesta; b) establece una diferencia meramente cuantitativa entre mi cuerpo y los cuerpos del mundo, porque la unión al cuerpo es más o menos estrecha, según sea más o menos inmediata la acción del cuerpo sobre el alma. La primera consecuencia de lo anterior es la siguiente: Las pasiones del alma no establece distinción alguna entre sentimientos interiores y exteriores, porque el lugar del agente (las partes de nuestro cuerpo, los cuerpos del mundo) no sirven ya más como criterio para la distinción entre los modos de la sensibilidad (sección §2). Es precisamente en este punto fundamental que la investigación cartesiana sobre las pasiones se distingue definitivamente del análisis de la sensibilidad realizado en la cuarta parte de Los Principios de la Filosofía, en donde la pasión era considerada como un sentimiento interior, junto con los apetitos naturales (IV §190), por oposición a los cinco sentidos exteriores (IV §§ 191-195). Luego del examen de la definición de pasión, en el próximo capítulo, podremos preguntar: dadas, por un lado, la interioridad de la pasión al alma, y por otro, el emplazamiento de todos los cuerpos en el mismo afuera, «dehors», respecto del alma, ¿cabe buscar, en la pasión, el sentimiento de un corps de dedans? Anticipemos que la reforma conceptual de la unión del cuerpo y el alma exige y a la vez resulta de una reforma lexical especialmente interesante porque, al excluir toda referencia a las substancias o a la substancialidad de la unión, a) identifica esta última con la capacidad o potencia del alma de afectar o ser afectada por el cuerpo (sección §3); b) debe describir la unión como un «estar (del alma) junto (al cuerpo), ( être jointe)», que califica la estrechez de la unión por la inmediatez de la acción (sección §4). Finalmente, esta conjunción del alma y del cuerpo anticipa de manera coherente la doctrina cartesiana del amor, el cual se define por la capacidad del alma de unirse (« se joindre ») a los objetos que la afectan en la apariencia de bondad. El capítulo segundo se dedicará a la definición de pasión (Pasiones §§21-28), el único sentimiento interior al alma misma porque el único que es tal como aparece, en una evidencia que no puede ser entendida mas que en relación, todavía indeterminada, con la evidencia primera ego sum, ego existo, en la Meditación Segunda, y especialmente con su última formulación, en la certeza del « creo ver » («videre videor»). El carácter inaugural de esta definición reside en los puntos siguientes: a) la relación con el alma convierte a la pasión en el único sentimiento que es tal como se siente, pero al mismo tiempo, b) inaugura una nueva forma de error posible, todavía indeterminado, pero de otro orden que aquél al que nos somete la naturaleza extrínseca del resto de las percepciones (sección §1). Ahora bien, la pasión es tal como se siente porque no es un « ver », videre, y por lo tanto no le corresponde revelar el ego sum (« ego sum qui sentio » VII, 29, 11), a través de un « creo ver », videre videor (sección §3). Quisimos probar que esto es perfectamente coherente con la doble enumeración de los modos del pensamiento, en la Segunda y Tercera Meditación, (VII, 28 y 35, respectivamente) y con la clasificación de los pensamientos (ideas, juicios, voluntades, afecciones), establecida en la Meditación Tercera (VII, 38) (sección §2). Pero la pasión, a la vez que inaugura una interioridad, se recibe en el alma, como algo que no proviene de ella (Pasiones §17). Es aquí, donde se da a conocer el carácter inaugural y a la vez paradójico de la pasión: en ella, la interioridad del alma a sí se conoce, por primera vez, en una modalidad particular de la recepción sensible. Examinamos esa doble condición, interioridad y recepción, en la sección §7, la última de este segundo capítulo. Dos consecuencias. La primera: a partir de la definición de pasión, la investigación sobre la cualidad sensible se independiza del examen de la realidad objetiva (sección §4). La pasión puede por lo tanto inaugurar una verdad y un modo de error que se separa definitivamente del objeto representado como cosa o privación de cosa. No seremos los primeros en decir que la pasión, el saber afectivo en general, sólo puede dirigirse a un no-objeto (F. Alquié). Pero hay que agregar que la definición de pasión, al recuperar su evidencia primera, abre a la meditación el campo de una realidad inobjetivable, o, mejor, de una modalidad de la objetividad definitivamente irreal, que ya ha sido descubierta por J-L. Marion, por lo menos para el caso particular de la admiración, y que sólo podrá ser de ser descripta en el momento de definir las pasiones particulares. La segunda consecuencia reside en la relegación definitiva de toda explicación de la pasión por la causa eficiente (sección §6). En efecto, Descartes deja de lado las funciones del cuerpo como criterio de clasificación de los modos de la sensibilidad, y la relega a la segunda parte de la segunda parte de su definición, de manera tal que la causa de la pasión no explica nada y por el contrario, es ella la que debe ser explicada. Si se admite una doble constitución de la metafísica cartesiana, nuestro esfuerzo conduce a mostrar que la noción de pasión, y la investigación que ella abre, pertenece a una metafísica presidida por su primera figura, cogitatio, antes que por la segunda, causa. La investigación sobre los efectos de la pasión, que comprende los artículos §§40 a 48 de Las pasiones del alma, y a la que dedicamos nuestro capítulo III, debe ser leída en continuidad al texto de la Meditación Sexta, en tanto viene a responder a la pregunta siguiente: ¿cuál es el modo de la pasividad que caracteriza a la pasión y la distingue de otros modos del sentimiento como de otros modos de constricción a la voluntad? Si la pasión, se recibe en el alma, ¿cómo se siente esa proveniencia, si por definición queda excluida toda relación al cuerpo como causa o como objeto? En primer lugar, aquello que caracteriza a la pasión es que ella tiene como efecto una disposición a querer. Pero, dado que la voluntad es esencialmente libre, la disposición a querer en el alma tiene a su vez un efecto igualmente necesario, este es, una respuesta del alma a la disposición a querer que es en ella, respuesta que Descartes llama (no) consentimiento a los efectos de la pasión (§46; §80). A partir del artículo §40, la investigación sobre las pasiones se introduce resueltamente en el ámbito de una moral, como una ciencia de los efectos (sección §1). En segundo lugar, y por lo anterior, la pasión, puede ser, en su interioridad y proximidad al alma, directamente contraria a la voluntad (365, 12-13), justamente, porque ella es el único sentimiento que tiene como efecto necesario en el alma una disposición a querer (§40). Lejos de presentar un mero obstáculo a una determinación del alma, la pasión se recibe como una invitación, a la cual el alma debe imperativamente responder. El punto a destacar (sección §2) es el siguiente: Descartes describe aquí una verdadera autoafección indirecta, por la cual el alma puede excitar en sí una pasión voluntaria (362, 28 ; 363, 2; 486, 6-9), autoafección de la cual es absolutamente incapaz en el caso del resto de los sentimientos, tal como quedaba establecido desde la Meditación Sexta. Así, el cuerpo que actúa inmediatamente sobre el alma, al cual ella está más estrechamente unida, abandona su condición de mero intermediario entre los cuerpos y el alma y pasa a ser, en una autoafección voluntaria, el intermediario entre una acción del alma y una pasión en el alma. En la sección §3 se agrega esto: la pasión, a diferencia de todos los sentimientos, no se siente en el instante. Por el contrario, en ella, el sentir se despliega en el tiempo y se hace por lo tanto independiente de la acción de los cuerpos sobre los sentidos internos o externos. Esto se debe a lo siguiente: primero, en la pasión, el cuerpo actúa como una totalidad indivisible. Segundo: el cuerpo actúa sobre sí. En la pasión, tercero, el cuerpo actúa de manera tal que su acción se presenta siempre como una exigencia al ejercicio efectivo de la libertad. Finalmente, en la pasión, la totalidad de las funciones del cuerpo se someten definitivamente a la voluntad, de manera que el alma puede afectarse a sí en una pasión voluntaria. Quisiéramos proponer (sección §3) que la experiencia del cuerpo en la pasión merece ser nombrada como la experiencia de un cuerpo de dedans, que se presenta en la repugnancia o el consentimiento y cuya acción no se siente en un lugar (en una internidad que no establece ninguna distinción con la exterioridad de los cuerpos del mundo), sino en el alma misma, en una interioridad que hace imposible la reducción del cuerpo sentido a la categoría común de objeto o causa. Ahora bien, la investigación sobre la pasión puede introducirse en el ámbito de la moral con una condición: que la pasión permita el acceso del ego a un alter ego, o según la fórmula tradicional utilizada por Descartes, a un «otro sí mismo», alter ipse. Es el problema que abordamos en el capítulo IV. Queda claro que las Meditaciones Metafísicas impiden, o mejor, ocluyen de modo parentemente definitivo, ese acceso. Pero, en Las pasiones del alma, Descartes, introduce un género muy particular de objeto , «otros objetos, que consideramos causas libres, capaces de hacer el bien y el mal » (§55, 374, 5-7). Más aún, la libertad del agente se erige en criterio de clasificación de segundo orden para todas las pasiones simples, con excepción del deseo. El punto a notar aquí (sección §1) es el siguiente: el ego no se ve afectado por la causa libre porque infiera que ella, a diferencia de otras, actúa moralmente sobre él, con independencia de toda determinación mecánica. Es al revés: el ego siente la acción de una causa libre porque se ve afectado por la libertad del agente; es esa afección la que otorga a los actos del otro el carácter moral de buenos o malos. Esto se prueba en el respeto o la veneración (§162): aquello que nos afecta no es la supuesta bondad o la maldad de los actos, sino inmediatamente aquello que los hace tales, esto es, la « capacidad » de hacer el bien o el mal. De aquí que el hijo, cuyos actos evidentemente no son morales, pueda nombrarse, entre los objetos de amor, como un « otro(s) sí mismo» (§82, 389, 15). A fin de precisar el sentido y los alcances de esta alteridad, debemos detenernos en la definición cartesiana del amor (secciones §§2-3). Esa definición debe, en primer lugar, distinguirse claramente de aquella que Descartes había ensayado dos años antes, en la carta a Chanut del 1 de febrero de 1647. El problema que preocupa a Descartes no es ya más la definición de un amor intelectual, sino la de un amor puro, que Descartes distingue precisamente de las pasiones que « participan del amor » (§82, título), mezcla de deseo y « otras pasiones particulares » (§82 389, 9-10). El amor puro es una pasión que no tiene relación alguna al cuerpo, porque se siente sin placer y es la primera de las pasiones « que pertenecen al alma », según la distinción establecida en los títulos de §137 y §139. Esta distinción se establece estrictamente dentro del ámbito del amor pasión porque no considera en ningún momento el alma en tanto separada del cuerpo, condición del amor intelectual (IV, 602, 4-8), sino como « nuestra mejor parte » (§139, 432, 5). El único que merece sin reparos el título de « amor puro » es el amor paterno, el único en el que se cumple la tríada, pureza, posesión perfecta, alteridad. En la sección §4 nos detenemos en los modos del engaño propio de las pasiones, en general, y del amor en particular, para entender el último rasgo que Descartes le otorga al amor puro, este es, el de ser un amor verdadero, que elude todas las formas de engaño a las que las pasiones pueden someternos, y puede por lo tanto ocupar el lugar del verdadero conocimiento. La teoría cartesiana del amor permite así dos conclusiones. Primera: la alteridad sirve para distinguir definitivamente el amor del deseo, el amor puro de las pasiones que participan de él, los grados de perfección del amor, amor paterno, amistad honesta, y, finalmente, la formas del amor, afección, amistad y devoción. Segundo, antes de toda reflexión sobre el deseo, es decir, antes de considerar la perfectibilidad del ego por la posesión de bienes que dependan exclusivamente de nuestra voluntad, Descartes escribe que el alma se perfecciona en el amor, por la unión al bien verdadero, mientras que se envilece y rebaja en su unión con un bien excesivamente estimado (§139, 432, 12-20 ; §142, 435, 18 –22). En la sección §5 examinamos el efecto del amor, la benevolencia, que Descartes, haciendo caso omiso de la tradición, define como una verdadera beneficencia, como un acto de donación, que no necesita de ningún deseo para hacerse efectivo. El punto a destacar aquí es que Descartes considera que el otro al que el alma se une es la « mejor parte » del todo que resulta de la unión (§82, 389, 16-17). Por este exceso, el generoso, sobre la estrechez de la unión al cuerpo, decide por la estrechez de la unión a otra alma, y privilegia el objeto de amor sobre el amor a la vida. Brevemente: la amistad cartesiana tiende a la devoción y rompe con toda noción de amistad fundada en la igualdad. Esto nos permite, en la sección §6 hacer notar cómo la teoría del amor resignifica un léxico que Descartes recibe de Aristóteles y Santo Tomás. La comparación, al menos inicial, con esos autores está dirigida a incluir a Descartes en una historia del amor. El quinto capítulo traza el largo itinerario de la noción de virtud, a través de la Correspondencia, y se detiene especialmente en las cartas mencionadas más arriba, ( a Elisabeth, 15 septiembre 1645; a Chanut, 1 febrero 1648) en las que Descartes ensaya y abandona una primera forma de moral definitiva, especialmente problemática, en tanto aspira, por primera vez, a deducir el amor a Dios de la idea de Dios, y se dirige a pensar al ego como parte de totalidades (familia, vecindad, Estado) que han sido, ellas también, creadas por Dios. Esta reflexión sobre el amor a Dios es todavía independiente de la reflexión sobre las pasiones, que recién comienza. Intentamos aquí despejar la intención cartesiana que puede resumirse así: de la misma manera que Dios, creador de toda verdad, es fundamento de toda ciencia y toda verdad se halla ya contenida en Su idea, es Dios, creador de totalidades físicas, sociales o políticas, el fundamento de todo amor, aunque no se lo conozca, o sólo confusamente, como tal; de modo que en todo acto de renuncia por la totalidad, amamos a Dios, en un amor sensible, aunque nada en Él sea imaginable. Sin embargo, una vez adquirida, en Las pasiones del alma, la definición de pasión e incluida la noción de consentimiento en la definición definitiva del amor, aquella vía de análisis, que parte de un ego ya incluido en las totalidades de las que forma parte como persona, agota definitivamente sus posibilidades y debe ser abandonada. Debemos preguntar, entonces: qué queda de esta ardua reflexión sobre el amor a Dios en Las pasiones del alma? Principalmente, Descartes recupera de aquellas cartas la reflexión sobre la Providencia divina, en los artículos §§146-147. Pero entre las cartas de 1645-1647 y el texto de Las pasiones del alma, hay una diferencia capital. La reflexión sobre la Providencia divina, en 1649, no hace mención alguna al amor, parece abandonar toda aspiración a fundar, en el amor a Dios, el amor a otros hombres y se dirige exclusivamente a establecer la regla del deseo, intermediario privilegiado entre pasión y acción (§143, 435, 26-29). Ahora bien, una moral que no tuviera otra regla que la del deseo presentaría dos características distintivas. Primero, la indagación sobre el bien verdadero se agota en la determinación del bien verdaderamente posible; son pues igualmente buenos todos los bienes igualmente estimables e igualmente posibles. De aquí, en segundo lugar, que la noción de virtud no pueda otorgar a la voluntad otro bien que su mero ejercicio, vacío de todo contenido. Ha sido pues posible interpretar que, la moral cartesiana, en el momento de alcanzar su fundamento, se independiza de ella, como otra potencia igualmente arbitraria, que no puede someterse a otro fin que el de imitar a Dios por la inmutabilidad de la decisión. En el capítulo sexto, dedicado a la definición de generosidad, nosotros propondremos, al contrario, que el texto de Las pasiones del alma, cuya teoría del amor aquella interpretación debe desconocer, permite otra lectura de la moral cartesiana. Sucede que Descartes cambia radicalmente el punto de partida de su reflexión : en las cartas de 1645-1647, la omnipotencia divina exigía considerar el ego como parte de distintas totalidades, a las que se haya ligado de hecho. En 1649, la unión no describe una situación existencial, impuesta por nacimiento, vecindad o juramento, porque no accede a una situación de hecho más que por el consentimiento libre y lúcido del ego a la unión efectiva con el bien amado. De aquí, proponemos, se siguen dos consecuencias. La primera (sección §2): una reformulación del problema del amor a Dios. La omnipotencia divina no se conoce como aquí como Providencia, es decir, en el decreto universal que determina la fatalidad de todas las cosas, sino en el acto singular de una donación personal y desmedida, la libre disposición de nuestras voluntades, por la cual la criatura se reconoce semejante a su Creador (§152). El generoso reconoce que el libre albedrío, el único bien por el cual puede estimarse a sí mismo, es, tal como quedaba establecido desde la Meditación Cuarta, un don divino y el reconocimiento por un don recibido es una pasión, la gratitud, la cual, a diferencia de la admiración, la esperanza o la seguridad, es una especie del amor, siempre virtuosa (§§193-194). En efecto, la reflexión sobre la Providencia, es apenas uno de los modos de reglar el deseo, el segundo, porque el primero es, justamente, la generosidad, que se define con total prescindencia del conocimiento de la fatalidad de todas las cosas (§145, 437, 27-438, 3). Investigamos aquí los tres rasgos del don divino: infinitud formal, pertenencia verdadera, distribución perfecta. La segunda consecuencia, que confirma la primera (secciones §§3-4), es la reformulación del amor a otros hombres. En efecto, no arriesgaremos demasiado al proponer que la definición de generosidad, lejos de agotarse en los artículos §§152-153, comprende los artículos §154 y §155 y culmina, finalmente, en el §156. Así entendida, la generosidad es una autoafección que, como tal, determina, prioritaria y precisamente, el modo en que el generoso es afectado por los otros hombres, en tanto causas libres, semejantes al ego, y por lo tanto semejantes a Dios. La generosidad se define pues en el horizonte de la alteridad porque el generoso no sería tal si no estimara a todos y cada uno de los hombres como generosos posibles (§154) y si no redescubriera su capacidad de hacer el mal por comparación al mal efectivamente realizado por ellos (§155). De aquí, finalmente, la regla definitiva de la moral cartesiana (§156), regla que, al definir la mejor acción posible, otorga un contenido definitivo a la firme resolución de hacer el bien, esta es: imitar la donación original, haciendo el bien a todos los hombres. Luego, la ausencia de una reflexión sobre el amor a Dios, en Las pasiones del alma, no es, todavía, una desaparición, ya que el acto de donación divina condiciona definitivamente la regla moral como una imitación, que se concibe como una repetición, igualmente gratuita, de aquella donación original. La relación entre ambos puntos se prueba en lo siguiente: Descartes afirma que el efecto necesario de la benevolencia generosa, la gratitud es uno de las principales vínculos de la sociedad entre los hombres (§194, 474, 13-15), la cual se funda pues en el mismo vínculo que une al hombre generoso con Dios: gratitud por la gratuidad de la donación (sección §6). La afirmación cartesiana es de un laconismo insalvable, pero recupera un texto hasta aquí descuidado, la Carta a Voetius de 1643, la primera reflexión cartesiana sobre el amor y la única dedicada a examinar las leyes que de él se deducen, como una jus caritatis (sección §7). Examinamos en la seccción §8 la problemática relación, o ausencia de relación, entre esas leyes de amistad y la ley civil, jus civile, basada en la autoridad del Príncipe. Finalmente, en la Conclusión, podemos detenernos en un problema ya dos veces pospuesto, este es, el que resulta de la equivalencia que Descartes establece entre amistad honesta y caridad cristiana. (IV, 309, 2-4; IV , 612, 14), equivalencia que la noción de generosidad está lejos de contradecir y que recupera la «gran afinidad» (VIII-2, 112, 24-25) entre las leyes de la amistad y las leyes de caridad, que Descartes había desarrollado en aquel capítulo séptimo de la Carta a Voetius. El carácter problemático de esta equivalencia es evidente: si el amor natural, por exceso, aspira a la caridad, es a riesgo que la caridad, por defecto, deje de ser cristiana. Esa afinidad no ha merecido mayor atención por parte de la metafísica y de sus historiadores. Pero, ha merecido la mayor atención por parte de la destitución de la metafísica que lleva a cabo Blaise Pascal quien descubre y acusa, en esa afinidad, el último esfuerzo de la filosofía cartesiana, dirigida a otorgarle al ego su última y más controversial primacía, la del acceso a Dios por el amor. -/- . (shrink)

Este trabajo abordará cuestiones esenciales sobre el imaginario colectivo y sus relaciones con la realidad y la verdad. Primero, debemos abordar este tema dentro de un marco conceptual, seguido del correspondiente análisis fáctico de realidades conductuales demostrables. Adoptaremos no solo la metodología, sino sobre todo los principios y proposiciones de la filosofía analítica, que seguramente quedarán patentes a lo largo del estudio y podrán identificarse por las características descritas por Pérez. : Rabossi (1975) sostiene que la filosofía analítica puede (...) identificarse considerando ciertos parecidos familiares. Sugiere los siguientes rasgos familiares: una actitud positiva hacia el conocimiento científico; un enfoque cauteloso de la metafísica; una concepción de la filosofía como tarea conceptual, que toma como método el análisis conceptual; una estrecha relación entre lengua y Filosofía; una preocupación por buscar respuestas argumentativas a problemas filosóficos; la búsqueda de claridad conceptual. -/- Estos conceptos originales implican contenidos culturales, sociales, religiosos, científicos, filosóficos, morales y políticos propios de cada existencia colectiva. En este estudio no debatiremos ni demostraremos. Nuestro objetivo no es establecer sistemáticamente un método, criticar o aportar pruebas. Este trabajo se basa en la reflexión analítica. Especularemos lo más completa y profundamente posible y expresaremos los resultados de nuestros pensamientos. Sin perjuicio del carácter multidisciplinar del tema y de la apertura metodológica para aceptar aportaciones de cualquier campo científico, este trabajo pertenece a la psicología y la ontología o, en otras palabras, a la psicología social y ontológica. La metodología libre que orienta estas reflexiones abarca y considera todo lo que se acerca a la coherencia con la epistemología filosófica y psicológica. Esta metodología no busca evidencia, sino que busca la interrelación entre evidencia existente de cualquier naturaleza y magnitud, infiriendo significado consistente a partir de cosas reales. Muchos grandes pensadores en ningún momento han buscado demostraciones, teorizaciones o sistematizaciones. Estos pensadores pensaron, meditaron y pudieron acercarse a la verdad con la iluminación de su humildad. Ellos serán nuestra referencia y el ejemplo a seguir. De hecho, no encontraremos la verdad. Sin embargo, de una cosa podemos estar seguros: muchas veces nos acercaremos a la verdad y en todo momento nos alejaremos de la mentira. El objetivo principal de este estudio es observar cómo funcionan algunos de los atributos evolutivos esenciales de la humanidad. Al igual que la creatividad, la imaginación y la asociación pueden convertirse en una enfermedad peligrosa, al abrigo de las brumosas sombras de la inteligencia. -/- . (shrink)

Max Deutsch has recently argued that conceptual engineering is stuck in a dilemma. If it is construed as the activity of revising the semantic meanings of existing terms, then it faces an unsurmountable implementation problem. If, on the other hand, it is construed as the activity of introducing new technical terms, then it becomes trivial. According to Deutsch, this conclusion need not worry us, however, for conceptual engineering is ill-motivated to begin with. This paper responds to Deutsch by (...) arguing, first, that there is a third construal of conceptual engineering, neglected by him, which renders it both implementable and non-trivial, and second, that even the more ambitious project of changing semantic meanings is no less feasible than other normative projects we currently pursue. Lastly, the value of conceptual engineering is defended against Deutsch’s objections. (shrink)

Conceptual engineering means to provide a method to assess and improve our concepts working as cognitive devices. But conceptual engineering still lacks an account of what concepts are (as cognitive devices) and of what engineering is (in the case of cognition). And without such prior understanding of its subject matter, or so it is claimed here, conceptual engineering is bound to remain useless, merely operating as a piecemeal approach, with no overall grip on its target domain. The (...) purpose of this programmatic paper is to overcome this knowledge gap by providing some guidelines for developing the theories of concepts and of cognition that will ground the systematic unified framework needed to effectively implement conceptual engineering as a widely applicable method for the cognitive optimization of our conceptual devices. (shrink)

Conceptual engineering is now a central topic in contemporary philosophy. Just 4-5 years ago it wasn’t. People were then engaged in the engineering of various philosophical concepts (in various sub-disciplines), but typically not self-consciously so. Qua philosophical method, conceptual engineering was under-explored, often ignored, and poorly understood. In my lifetime, I have never seen interest in a philosophical topic grow with such explosive intensity. The sociology behind this is fascinating and no doubt immensely complex (and an excellent case (...) study for those interested in the dynamics of academic disciplines). That topic, however, will have to wait for another occasion. Suffice it to say that if Fixing Language (FL) contributed even a little bit to this change of focus in philosophical methodology, it would have achieved one of its central goals. In that connection, it is encouraging that the papers in this symposium are in fundamental agreement about the significance and centrality of conceptual engineering to philosophy. That said, the goal of FL was not only to advocate for a topic, but also to defend a particular approach to it: The Austerity Framework. These replies have helped me see clearer the limitations of that view and points where my presentation was suboptimal. The responses below are in part a reconstruction of what I had in mind while writing the book and in part an effort to ameliorate. I’m grateful to the symposiasts for helping me get a better grip on these very hard issues. (shrink)

Conceptual engineering is concerned with the improvement of our concepts. The motivating thought behind many such projects is that some of our concepts are defective. But, if to use a defective concept is to do something wrong, and if to do something wrong one must be in control of what one is doing, there might be no defective concepts, since we typically are not in control of our concept use. To address this problem, this paper turns from appraising the (...) concepts we use to appraising the people who use them. First, I outline several ways in which the use of a concept can violate moral standards. Second, I discuss three accounts of moral responsibility, which I call voluntarism, rationalism, and psychologism, arguing that each allows us to find at least some cases where we are responsible for using defective concepts. Third, I answer an objection that because most of our concepts are acquired through processes for which we are not responsible, our use of defective concepts is a matter of bad luck, and not something for which we are responsible after all. Finally, I conclude by discussing some of the ways we may hold people accountable for using defective concepts. (shrink)

La categoría ‘arte conceptual’ se aplica a una gran cantidad de obras de arte contemporáneo. El artista Sol LeWitt introdujo el término en la jerga del arte al describir obras de arte donde “la idea o el concepto es el aspecto más importante de la obra” (LeWitt 1967: 79, traducción mía). Inicialmente, el término se utilizó para referirse a obras producidas entre finales de los años sesenta y principios de los setenta por artistas como Sol LeWitt, Robert Barry, Lawrence (...) Weiner, On Kawara, Joseph Kosuth, John Baldessari, el grupo Art & Language y otros (véase Lippard 1973). En España fueron relevantes el Grup de Treball, Zaj o Esther Ferrer entre otros. Más tarde se hizo evidente no solo que obras como Fuente (1917) de Marcel Duchamp – un urinario de porcelana, que fue firmado “R. Mutt” y presentado para una exposición de la Sociedad de Artistas Independientes – tenían mucho en común con aquellas producidas a finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, sino también que obras de arte conceptual continuaron siendo producidas a lo largo de la década de 1970 y las décadas siguientes, hasta el punto de que podría argumentarse que gran parte del arte contemporáneo es, en cierta medida, conceptual. -/- Es característico de los primeros autores conceptuales el uso del lenguaje natural en obras que son en principio visuales o plásticas, como las frases de Weiner, las definiciones de Kosuth o los ensayos de Art&Language. Se trata de un interés por el significado y el lenguaje heredado de la semiótica y la filosofía analítica de la época. También señala el énfasis (a menudo exclusivo) de todas las obras de arte conceptual en el elemento conceptual, como ocurre en los dibujos y pinturas murales de LeWitt, donde el artista produjo las instrucciones para su ejecución, luego las realizó en colaboración con otros, o transfirió completamente a otros esta tarea. Otra característica de las primeras obras de arte conceptual es que los artistas no manipularon ningún material para producir un objeto (como en Fuente de Duchamp) o usaron materiales excéntricos como el lenguaje natural, su propio cuerpo -como en I am the locus (# 1) (1975) de Adrian Piper, una performance en la que la artista se pegó un bigote en la cara, se puso una peluca Afro y anteojos redondos con montura de alambre y caminó en las calles actuando como un hombre-, o el chocolate con el que Anya Gallaccio revistió las paredes de un viejo edificio agrícola en Stroke (2004), dejando que el público las tocara y que el chocolate se pudriese. -/- Debido a sus características inusuales, el arte conceptual plantea muchas preguntas filosóficas: sobre la definición de arte, sobre la ontología y los medios de las obras de arte y sobre nuestra experiencia apreciativa de ellas. En lo que sigue, presentaré brevemente cada uno de estos temas. (shrink)

Conceptual limitations restrict our epistemic options. One cannot believe, disbelieve, or doubt what one cannot grasp. I show how, even granting an epistemic ought-implies-can principle, such restrictions might lead to epistemic dilemmas: situations where each of one’s options violates some epistemic requirement. An alternative reaction would be to take epistemic norms to be sensitive to one’s options in ways that ensure dilemmas never arise. I propose, on behalf of the dilemmist, that we treat puzzlement as a kind of epistemic (...) residue, roughly analogous with guilt, appropriate only when one has violated an epistemic requirement. Sometimes, in bumping up against the limits of one’s concepts, it is appropriate to be puzzled no matter what one believes. Puzzlement can thus play the same role in an epistemic dilemmist’s theory that guilt plays in the theories of many moral dilemmists. (shrink)

This essay concerns the question of how we make genuine epistemic progress through conceptual analysis. Our way into this issue will be through consideration of the paradox of analysis. The paradox challenges us to explain how a given statement can make a substantive contribution to our knowledge, even while it purports merely to make explicit what one’s grasp of the concept under scrutiny consists in. The paradox is often treated primarily as a semantic puzzle. However, in “Sect. 1” I (...) argue that the paradox raises a more fundamental epistemic problem, and in “Sects.1 and 2” I argue that semantic proposals—even ones designed to capture the Fregean link between meaning and epistemic significance—fail to resolve that problem. Seeing our way towards a real solution to the paradox requires more than semantics; we also need to understand how the process of analysis can yield justification for accepting a candidate conceptual analysis. I present an account of this process, and explain how it resolves the paradox, in “Sect. 3”. I conclude in “Sect. 4” by considering the implications for the present account concerning the goal of conceptual analysis, and by arguing that the apparent scarcity of short and finite illuminating analyses in philosophically interesting cases provides no grounds for pessimism concerning the possibility of philosophical progress through conceptual analysis. (shrink)

This paper argues for a view of free will that I will call the conceptual impossibility of the truth of free will error theory - the conceptual impossibility thesis. I will argue that given the concept of free will we in fact deploy, it is impossible for our free will judgements - judgements regarding whether some action is free or not - to be systematically false. Since we do judge many of our actions to be free, it follows (...) from the conceptual impossibility thesis that many of our actions are in fact free. Hence it follows that free will error theory - the view that no judgement of the form ‘action A was performed freely’ - is false. I will show taking seriously the conceptual impossibility thesis helps makes good sense of some seemingly inconsistent results in recent experimental philosophy work on determinism and our concept of free will. Further, I will present some reasons why we should expect to find similar results for every other factor we might have thought was important for free will. (shrink)

A central question that arises when interpreting the U.S. Constitution is which theory of interpretation is the best? In his recent book, “How to Interpret the Constitution,” Cass Sunstein reviews various theories of constitutional interpretation currently in vogue and then offers what he believes would be the best approach going forward. In this Article, I want to take up a more basic question presupposed by the very idea of a theory of interpretation. That is, whether it is even possible to (...) arrive at more than a provisional understanding of what would be the best interpretation in any given area of study, including constitutional law. That said, I do believe some of the interpretations suggested by Cass Sunstein and elsewhere by myself and others to be more persuasive than most others, even if only partially so. For, as Sunstein himself points out, no theory seems perfect to figure out the Constitution’s meaning in every possible world in which we could imagine it to exist. So, we best just focus on our own world or what we take to matter in our world. In keeping with this idea, I plan to begin by looking first at how we might interpret the world around us based on our past experiences by considering a somewhat imaginative recent experience of my own. Next, I consider some recent studies in the neurosciences and a previous but highly influential article by the philosopher Donald Davidson concerning conceptual schemes and whether we could ever hope to make any sense of a scheme radically different from our own. Here it should be pointed out that I will use the word “scheme” when referring to a very broad system of thought for which there may not be much outside, versus when I use the word “framework,” as referencing something far narrower than a whole system of thought, even if what is referenced might purport to be a significant part of a still larger system. My goal is to eventually adopt John Rawls’ public reason method to separate out non-workable systems of thought as might be part of a particular religious or philosophical tradition that cannot be easily tied to any other system of thought easily imagined within a pluralistic society. I plan to do this by relating how Rawls’ public reason might allow for the creation of a moral interpretation of the Constitution adopting the moral theory of Alan Gewirth. The latter I adopt because its grounding does not presuppose any prior moral or religious framework. I then apply that interpretative method to five cases Sunstein believes are fixed points in our current constitutional understanding. In short, I plan to isolate out an area of human rights where even very different understandings of the world might be able to meet, while acknowledging that there will still be other areas that simply evade any common connection. I hope what I offer here to be of help for a theory of constitutional interpretation that focuses on morality, without having to compete with various religious frameworks going forward. (shrink)

This paper argues for explanatory eliminativism about topics (and cognates, such as subject matters) relative to the domain of conceptual engineering. It has become usual to think that topics serve an important explanatory role in theories of conceptual engineering, namely, to determine the limits of revision. I argue, first, that such limits can be understood either as thenormative limitspertaining to the justification of conceptual engineering, as themetaphysical limitspertaining to the identity of the concepts in question, or as (...) theterminological limitspertaining to usage of the original terminology. Second, I argue that the metaphysical reading is disputable as a theory of concepts and inconsequential for conceptual engineers, and that neither of the two leading accounts of topics that have been presented in the literature—the samesaying account and functionalism—determine the limits of revision in either of the two remaining senses. In the absence of more promising competitors, I conclude that there is no theoretical role for topics to play in theories of conceptual engineering. An upshot of my argument is that conceptual engineers should stop worrying about things like topic (dis)continuity, and instead shift their attention to the issues that really matter for justifying conceptual revisions or replacements, making terminological choices, and underpinning conceptual engineering with a theory of concepts. (shrink)

The value sensitive design (VSD) approach to designing transformative technologies for human values is taken as the object of study in this chapter. VSD has traditionally been conceptualized as another type of technology or instrumentally as a tool. The various parts of VSD’s principled approach would then aim to discern the various policy requirements that any given technological artifact under consideration would implicate. Yet, little to no consideration has been given to how laws, regulations, policies and social norms engage within (...) VSD practices. Similarly, how the interactive nature of the VSD approach can, in turn, influence those directives. This is exacerbated when we consider machine ethics policy that have global consequences outside their development spheres. What constructs and models will position AI designers to engage in policy concerns? How can the design of AI policy be integrated with technical design? How might VSD be used to develop AI policy? How might law, regulations, social norms, and other kinds of policy regarding AI systems be engaged within value sensitive design? This chapter takes the VSD as its starting point and aims to determine how laws, regulations and policies come to influence how value trade-offs can be managed within VSD practices. It shows that the iterative and interactional nature of VSD both permits and encourages existing policies to be integrated both early on and throughout the design process. The chapter concludes with some potential future research programs. (shrink)

I argue that Sarah Sawyer's and Herman Cappelen's recent accounts of how speakers talk and think about the same concept or topic even when their understandings of that concept or topic substantially diverge risk multiplying our metasemantic categories unnecessarily and fail to prove explanatory. When we look more closely at our actual practices of samesaying, we find that speakers with seemingly incompatible formulations of a subject matter take one another to samesay when they are attempting to arrive at a correct (...) understanding of that subject matter. These speakers adopt what I call a prospective externalist perspective on the subject matter in question. I then argue that there are contexts where judgments of samesaying are more routinely defeated because speakers are taking up a perspective I call retrospective internalism. From this perspective, speakers are aiming to render maximally intelligible the linguistic behavior of other speakers that appear to them to deviate from their own. Whether or not we count speakers as samesaying with us will therefore depend on the kind of the perspective we adopt. Different perspectives, it will turn out, often yield different verdicts. On my perspective-based approach, there is no need to hypostatize or inflate our metasemantic taxonomies. (shrink)

Standard Analytic Epistemology typically relies on conceptual analysis of folk epistemic terms such as ‘knowledge’ or ‘justification’. A cross-cultural and cross-linguistic perspective on this method leads to the worry that there might not be universally shared epistemic concepts, and that different languages might use folk notions that have different extensions. Moreover, there is no reason to believe that our epistemic common-sense terms pick out what is epistemically most significant or valuable. In my paper, I take these issues as a (...) starting point for exploring the prospects of an alternative methodological approach that I call ‘alethic instrumentalism’. The core idea behind this approach is to start with a properly designed epistemic goal and then to develop a framework of instrumentally valuable methods oriented towards this goal. This results in a somewhat revisionary framework of newly constructed core epistemic terms. In the paper, I elucidate the foundations of this new framework and address a number of methodological and content-related objections to the approach. (shrink)

Cognitivist motivational internalism is the thesis that, if one believes that 'It is right to ϕ', then one will be motivated to ϕ. This thesis—which captures the practical nature of morality—is in tension with a Humean constraint on belief: belief cannot motivate action without the assistance of a conceptually independent desire. When defending cognitivist motivational internalism it is tempting to either argue that the Humean constraint only applies to non-moral beliefs or that moral beliefs only motivate ceteris paribus . But (...) succumbing to the first temptation places one under a burden to justify what is motivationally exceptional about moral beliefs and succumbing to the second temptation saddles one with a thesis that fails to do justice to the practicality intuition that cognitivist motivational internalism is suppose to capture. In this paper, I offer a way of defending cognitivist motivational internalism, which does not require accepting that there is anything motivationally unusual about moral beliefs. I argue that no belief satisfies the Humean constraint: all beliefs are capable of motivating without the assistance of a conceptually independent desire. (shrink)

What exactly does conceptual analysis consist in? Is it empirical or a priori? How does it support philosophical theses? and What kinds of thesis are these? There is no consensus on these questions in contemporary philosophy. This study aims to defend conceptual analysis by showing that it comprises a number of different methods and by explaining their importance in philosophy. After setting out an initial dilemma for conceptual analysis, the study outlines a minimal ecumenical account of concepts, (...) as well as an account of concept possession and concept employment. On the basis of these accounts, the study then argues that there are both empirical and a priori forms of conceptual analysis, and that each can be defended as legitimate methods. The philosophical interest of conceptual analysis, however, resides in relying on all three types of method in the service of answering philosophical concerns. This is illustrated by three sample cases. (shrink)

If embodied models no longer address the symbol grounding problem and a conceptual system can step in and resolve categorizations when embodied simulations fail, then perhaps the next step in theory-building is to isolate the unique contributions of embodied simulation. What is a disembodied conceptual system incapable of doing with respect to semantic processing or the categorization of smiles?

The current discussions of conceptual schemes and related topics are misguided; for they have been focused too much on the truth-conditional notions of meaning/concepts and translation/interpretation in Tarski's style. It is exactly due to such a Quinean interpretation of the notion of conceptual schemes that the very notion of conceptual schemes falls prey to Davidson's attack. We argue that what should concern us in the discussions of conceptual schemes and related issues, following the initiatives of I. (...) Hacking, T. Kuhn, and N. Rescher, is not the truth-values of assertions, but rather the truthvalue-status of the sentences used to make the assertions. This is because the genuine conceptual innovation between alternative theories/languages does not lie in differences in determining the truth-values of their sentences, but turns on whether these sentences have truth-values when considered within the context of a competing one. The core of conceptual relativism does not consist in the claim that different conceptual schemes may yield incommensurable truth claims, but rather that different conceptual schemes may yield incompatible truth-value-status and therefore lead to distinct perceptions of reality. Conceptual schemes are no longer seen as sentential languages consisting of a set of sentences accepted as true, but rather seen as metaphysical presuppositions of presuppositional languages.[ABSTRACT FROM AUTHOR]. (shrink)

In this paper, I contest increasingly common "realist" interpretations of Hegel's theory of "the concept" (der Begriff), offering instead a "isomorphic" conception of the relation of concepts and the world. The isomorphism recommended, however, is metaphysically deflationary, for I show how Hegel's conception of conceptual form creates a conceptually internal standard for the adequacy of concepts. No "sideways-on" theory of the concept-world relationship is envisioned. This standard of conceptual adequacy is also "graduated" in that it allows for a (...) lack of fit between concept and world. The possibility for a "maximally isomorphic" fit between concept and world obtains through the teleological realization of concepts, which marks especially the "artificial" world of human culture (law, art, religion, etc.). Some of the most seemingly exaggerated claims Hegel makes about the concept, I contend, can be understood when we consider the significance Hegel ascribes to human making, which is provided for in his conceptual theory. But my framework provides an interpretive key for the way Hegel sees concepts imperfectly realized in the natural world as well. (shrink)

Nelson Goodman observed that we use only certain ‘good’ (viz. projectible) predicates during reasoning, with no obvious demarcation criterion in sight to distinguish them from the bad and gruesome ones. This apparent arbitrariness undermines the justifiability of our reasoning practices. Inspired by Quine’s 1969 paper on Natural Kinds, Peter Gärdenfors proposes a cognitive criterion based on his theory of Conceptual Spaces (CS). He argues the good predicates are those referring to natural concepts, and that we can capture naturalness in (...) terms of similarity. In contrast to Quine, he does not primarily rely on logic, but geometry. He frames his account as a descriptive project, however, and it is not obvious how it addresses the normative dimension of Goodman’s Riddle. This paper develops a charitable reconstruction of his argument, based on the idea that the instrumental success of our projectible concepts is grounded in their cognitive-pragmatic naturalness. It then explores three lines of reasoning against the argument: Evolutionarily motivated skepticism, the miracles argument, and the relation between instrumental and pragmatic success. I conclude that in its current form, the CS account fails to provide any justification of reasoning beyond appealing to its instrumental success, and that a metaphysically robust notion of naturalness helps to achieve the desired goal. (shrink)

Dance, as a mode of physical interaction, offers opportunities to care and be cared for, but this does not mean that dancers will, in fact, care. There may be no moral motivation underlying a lift, dip or intricate sequence of coordinated action. Choreographic scores may (knowingly or not) encourage merely perfunctory movements that are a poor simulacrum to care. Moreover, the caring that is expressed through dance need not transfer to other walks of life. I am not alone in knowing (...) spectacularly talented dancers whose behaviour off the dance floor is far from ethical – from the arrogant and petty to the flagrant abuse that plagues institutions of art and culture. This article considers how dance can illuminate both the acts and sentiments of care, conveying particular ethical orientations that trouble straightforward, absolute moral reasoning. The article frames an enquiry into the relation between ethics and aesthetics of care, drawn from feminist epistemologists Joan Tronto, Maurice Hamington, and Nel Noddings, as well as my own performance research on partnering. I frame a zone between technique and competence, foregrounding care in dance as both a technical and ethical issue. I will consider the necessary conditions by which dancing together can manifest care, rather than suggest blanketly that it always does or even that it should. To make this argument, I will describe and analyse Considered Care, a duet I created in the autumn of 2021 in collaboration with Boston Ballet. This performance research project provided the material from which to consider the concept of need, a condition of care in a dancing situation. I will conclude by considering the relationship between needs and trust in conceptualizing care within partnering. (shrink)

Central to Sellars’ account of human cognition was a clear distinction, expressed in varying terminology in his different works, “between conceptual and nonconceptual representations.” Those who have come to be known as ‘left-wing Sellarsians’, such as Richard Rorty, Robert Brandom, and John McDowell, have tended to reject Sellars’ appeals to nonconceptual sensory representations. So-called ‘right-wing Sellarsians’ such as Ruth Millikan and Jay Rosenberg, on the other hand, have embraced and developed aspects of Sellars’ account, in particular the central underlying (...) idea that human perceptual cognition involves a certain naturalistic ‘mapping’ correspondence or structural ‘picturing’ isomorphism between internal mental representations and the layout and behavior of objects in the surrounding environment. Sellars, despite his defenses of nonconceptual representational content throughout his career, has with no small irony come to be cited as one of the “founding fathers of conceptualism.” While recognizing the strong conceptualist elements in Sellars’ Kantian account of perceptual cognition, I argue that a central core of Sellars’ account of nonconceptual sensory contents does not by itself fall afoul of the philosophical worries raised by the left-leaning Sellarsians, and that in fact it has significant merits in its own right. (shrink)

Almost any mainstream reading about the nature of Kant's 'content of cognition' in both non-conceptualist and conceptualist camps agree that 'singular representations' (sensible intuitions) are, at least in some weak sense, objectdependent because they supervene on a manifold of sensations that are given through the disposition of our sensibility and parallel thus the real and physical components of the world (cf. McDowell 1996, Allison 1983, Ginsborg 2008, Allais 2009). The relevant class of sensible intuitions should refer, as they argue, only (...) to empirical and not to pure ones. Kant's transcendental argument creates, however, no implications as to the metaphysics of properties. Neither does he consider the world to be consisted of sensory content simpliciter nor do sensations refer to objects per se. Instead, he provides an all-encompassing pattern for sensible intuitions of any kind through the representation of space as a cognitive map in that an object can be represented if spatial properties are attributed to it. Sensible intuitions of any kind could be referring, that is to say, and can be conceptualized if they are spatial. Consequently and unlike the contemporary philosophy of perception, Kant contrasts sensible intuitions and pure concepts of understanding 'altogether' against one single experience, from which the justification of objects should proceed. In other words, what stands at the core of exposing the content of cognition concerns not the phenomenological status and actuality of sensible intuitions in the sense of 'bits of experiential intake', but the logical structure of possibility of sensible intuitions of any (external or internal) causal background. The aim of this discussion is to clarify that Kant's transcendental idealism mutatis mutandis reviews multiple and diverse kinds of 'data of mind' and cognition in the background, without reducing the content of cognition to metaphysically determined referents as 'matters of fact' and to pure concepts of understanding. Sensible intuitions in the sense of content of cognition vary, most importantly, from unstructured and unjustifiable data of mind including (physical) contents of perception and stuff of mind and also from reflective and intellectual intuitions that are the cognates of the structured complex singular representations. Put it in simple terms, Kant advocates the thesis that 'facts' are objects for concepts if they are already well-founded trough the cognitive map of the representation of space. -/- . (shrink)

Biological evolution is a complex blend of ever changing structural stability, variability and emergence of new phe- notypes, niches, ecosystems. We wish to argue that the evo- lution of life marks the end of a physics world view of law entailed dynamics. Our considerations depend upon dis- cussing the variability of the very ”contexts of life”: the in- teractions between organisms, biological niches and ecosys- tems. These are ever changing, intrinsically indeterminate and even unprestatable: we do not know ahead of (...) time the ”niches” which constitute the boundary conditions on selec- tion. More generally, by the mathematical unprestatability of the ”phase space”, no laws of mo- tion can be formulated for evolution. We call this radical emergence, from life to life. The purpose of this paper is the integration of variation and diversity in a sound concep- tual frame and situate unpredictability at a novel theoretical level, that of the very phase space. Our argument will be carried on in close comparisons with physics and the mathematical constructions of phase spaces in that discipline. The role of symmetries as invariant preserving transformations will allow us to under- stand the nature of physical phase spaces and to stress the differences required for a sound biological theoretizing. In this frame, we discuss the novel notion of ”enablement”. Life lives in a web of enablement and radical emergence. This will restrict causal analyses to differential cases. Mutations or other causal differ- ences will allow us to stress that ”non conservation princi- ples” are at the core of evolution, in contrast to physical dynamics, largely based on conservation principles as sym- metries. Critical transitions, the main locus of symmetry changes in physics, will be discussed, and lead to ”extended criticality” as a conceptual frame for a better understanding of the living state of matter. (shrink)

Easy Ontologists, most notably Thomasson (2015), argue that ontological questions are shallow. They think that these questions can either be answered by using our ordinary conceptual competence—of course tables exist!—or are meaningless, or else should be answered through conceptual re-engineering. Ontology thus is “easy”, requiring no distinctively metaphysical investigation. This paper raises a two-stage objection to Easy Ontology. We first argue that questions concerning which entities exist are inextricably bound up with “ontological category questions”, which are questions concerning (...) the identity of and differences between kinds of entities. We then argue that ontological category questions do not have trivial answers, are meaningful, and cannot be answered through conceptual re-engineering. Easy Ontology hence does not constitute a comprehensive ontological methodology. While some of ontology might be easy, category questions form a central part of ontology and are not answered easily. (shrink)

Algunos defensores del realismo científico, particularmente Ilkka Niiniluoto y Philip Kitcher, han intentado moderar las tesis ontológicas más fuertes del realismo buscando la integración de la teoría de la verdad como correspondencia con alguna versión matizada del relativismo conceptual propugnado por Putnam, según el cual el mundo carece de una estructura propia y, por tanto, la ontología depende de nuestros esquemas conceptuales. No es claro, sin embargo, que ambas cosas se puedan armonizar fácilmente. Si nuestro conocimiento del mundo está (...) mediado por nuestras categorías y conceptos, y si además la elección de esas categorías y conceptos puede variar en función de nuestros intereses y no obedecen a la existencia de unos supuestos géneros naturales o a una estructura propia del mundo, se torna entonces problemático establecer a qué corresponden nuestros enunciados verdaderos. ¿Corresponden al mundo independiente de nuestra mente o al mundo estructurado por nosotros mediante nuestras categorías y conceptos? En este artículo se presentarán las principales dificultades que encuentra este proyecto de realismo moderado tanto en Niiniluoto como en Kitcher, se analizarán sus propuestas para solventar dichas dificultades, mostrando sus insuficiencias y, finalmente, se propondrá una modalidad de realismo ontológico moderado que, recogiendo algo del espíritu de la relatividad conceptual de Putnam, es lo suficientemente fuerte como para sustentar una teoría de la verdad como correspondencia. Replucación autorizada. Publicado por primera vez en Contrastes vol. XII. (shrink)

Amie Thomasson’s work provides numerous ways to rethink and improve our approach to metaphysics. This chapter is my attempt to begin to sketch why I still think the easy approach leaves room for substantive metaphysical work, and why I do not think that metaphysics need rely on any ‘epistemically metaphysical’ knowledge. After distinguishing two possible forms of deflationism, I argue that the easy ontologist needs to accept (implicitly or explicitly) that there are worldly constraints on what sorts of entities could (...) exist, and could co-exist. I argue this leaves room for a substantive role for metaphysics if (following the work of E.J. Lowe) we take metaphysics to be concerned with the possible ways that reality could be. I explain how this conception does not need to appeal to any ‘epistemically metaphysical’ knowledge, and need only make use of conceptual and/or empirical means to arrive at views on what could exist (and co-exist). Thus, the answer I propose to the question posed in the title, at least in my view, is no-one. Or, at least, no-one should be afraid of conceptual analysis. Not even metaphysicians. (shrink)

Contemporary philosophy and theoretical psychology are dominated by an acceptance of content-externalism: the view that the contents of one's mental states are constitutively, as opposed to causally, dependent on facts about the external world. In the present work, it is shown that content-externalism involves a failure to distinguish between semantics and pre-semantics---between, on the one hand, the literal meanings of expressions and, on the other hand, the information that one must exploit in order to ascertain their literal meanings. It is (...) further shown that, given the falsity of content-externalism, the falsity of the Computational Theory of Mind (CTM) follows. It is also shown that CTM involves a misunderstanding of terms such as "computation," "syntax," "algorithm," and "formal truth." Novel analyses of the concepts expressed by these terms are put forth. These analyses yield clear, intuition-friendly, and extensionally correct answers to the questions "what are propositions?, "what is it for a proposition to be true?", and "what are the logical and psychological differences between conceptual (propositional) and non-conceptual (non-propositional) content?" Naively taking literal meaning to be in lockstep with cognitive content, Burge, Salmon, Falvey, and other semantic externalists have wrongly taken Kripke's correct semantic views to justify drastic and otherwise contraindicated revisions of commonsense. (Salmon: What is non-existent exists; at a given time, one can rationally accept a proposition and its negation. Burge: Somebody who is having a thought may be psychologically indistinguishable from somebody who is thinking nothing. Falvey: somebody who rightly believes himself to be thinking about water is psychologically indistinguishable from somebody who wrongly thinks himself to be doing so and who, indeed, isn't thinking about anything.) Given a few truisms concerning the differences between thought-borne and sentence-borne information, the data is easily modeled without conceding any legitimacy to any one of these rationality-dismantling atrocities. (It thus turns out, ironically, that no one has done more to undermine Kripke's correct semantic points than Kripke's own followers!). (shrink)

Algunos defensores del realismo científico, particularmente Ilkka Niiniluoto y Philip Kitcher, han intentado moderar las tesis ontológicas más fuertes del realismo buscando la integración de la teoría de la verdad como correspondencia con alguna versión matizada del relativismo conceptual propugnado por Putnam, según el cual el mundo carece de una estructura propia y, por tanto, la ontología depende de nuestros esquemas conceptuales. No es claro, sin embargo, que ambas cosas se puedan armonizar fácilmente. Si nuestro conocimiento del mundo está (...) mediado por nuestras categorías y conceptos, y si además la elección de esas categorías y conceptos puede variar en función de nuestros intereses y no obedecen a la existencia de unos supuestos géneros naturales o a una estructura propia del mundo, se torna entonces problemático establecer a qué corresponden nuestros enunciados verdaderos. ¿Corresponden al mundo independiente de nuestra mente o al mundo estructurado por nosotros mediante nuestras categorías y conceptos? En este artículo se presentarán las principales dificultades que encuentra este proyecto de realismo moderado tanto en Niiniluoto como en Kitcher, se analizarán sus propuestas para solventar dichas dificultades, mostrando sus insuficiencias y, finalmente, se propondrá una modalidad de realismo ontológico moderado que, recogiendo algo del espíritu de la relatividad conceptual de Putnam, es lo suficientemente fuerte como para sustentar una teoría de la verdad como correspondencia. (shrink)

The so-called `no-thesis' view is without a doubt one of the most immediately puzzling philosophical features of Nāgārjuna's thought and also largely responsible for ascribing to him either sceptical or mystical leanings (or indeed both). The locus classicus for this view is found in verse 29 of the Vigrahavyāvartanī: “If I had some thesis the defect [just mentioned] would as a consequence attach to me. But I have no thesis, so this defect is not applicable to me.” That this absence (...) of a thesis is to be regarded as a positive feature is stressed in a passage from the Yuktiṣaṣṭikā, where Nāgārjuna remarks about the Buddhas: “For these great beings there is no position, no dispute. How could there be another's [opposing] position for those who have no position?” Now it is important to observe that when considered in isolation it is very hard to make any coherent sense of these passages. For even if we assume that the Buddhas do not hold any philosophical position anymore (having perhaps passed beyond all conceptual thinking), how are we to make sense of the first quotation which, in the middle of a work full of philosophical theses claims that there is no such thesis asserted at all? (shrink)

In a recent article in this journal, Mona Simion argues that Sally Haslanger’s “engineering” approach to gender concepts such as ‘woman’ faces an epistemic objection. The primary function of all concepts—gender concepts included—is to represent the world, but Haslanger’s engineering account of ‘woman’ fails to adequately represent the world because, by her own admission, it doesn’t include all women in the extension of the concept ‘woman.’ I argue that this objection fails because the primary function of gender concepts—and social kind (...) concepts in general—is not (merely) to represent the world, but rather to shape it. I finish by considering the consequences for “conceptual engineering” in philosophy more generally. While Haslanger’s account may escape Simion’s objection, other appeals to conceptual engineering might not fair so well. (shrink)

Conceptual engineering projects are sometimes criticized for ‘changing the subject’. In this paper, I first discuss three strategies that have been proposed to address the change of subject objection. I notice that these strategies fail in similar ways: they all deploy a ‘loose’ notion of subject matter, while the objector can always reply deploying a ‘strict’ notion. Based on this, I then argue that at least current formulations of the change of subject objection (together with the response strategies just (...) mentioned), create an overall defective dialectic, whereby no progress can be made on either side. After considering how such defective dialectic could be (at least partly) fixed, it is concluded that current formulations of the change of subject objection may be dismissed on dialectical grounds, even though some practical lessons may still be retained from the objection. (shrink)

Advocates of conceptual engineering as a method of philosophy face a dilemma: either they are ignorant of how conceptual engineering can be implemented, or else it is trivial to implement but of very little value, representing no new or especially fruitful method of philosophizing. Two key distinctions frame this dilemma and explain its two horns. First, the distinction between speaker’s meaning and reference and semantic meaning and reference reveals a severe implementation problem for one construal of conceptual (...) engineering. Second, the distinction between stipulating meanings and conceptually analyzing allows us to see why, on another construal of what conceptual engineering involves, the practice is neither a new nor neglected philosophical methodology. The article also argues that semantic externalism is not the root of the implementation problem for conceptual engineering, and that the usual rationale for adopting the practice, one that ties its value to the amelioration of “conceptual defects”, is unsound. (shrink)

The idea of natural law has a long history. It has had different meanings for different people and continues to occupy intellectual engagements as to the connotations of the expression ‘natural law’ in diverse and different contexts. This requires delving deep into the hoarypast and analyzing the gradual development of the idea of natural law through the ages. Understanding natural law necessitates exploring its relation with positive law, its application, and, notably, the import of the word ‘natural’ in the expression (...) ‘natural law’. Be that as it may, there is no denying the fact that there is an element of exclusivity in natural law that has kept it alive and going across generations. Even some of the jurists who adhered to the principles and tenets of legal positivism have shown an inclination towards the principles of natural law, especially as regards the relation between law and morality. It has survived the tests of time. The present paper seeks to explicate the various dimensions of natural law and explore its growth application. (shrink)

Abstract“Dysbiosis” is a common but vague term featured in the microbiome literature, often invoked to indicate some kind of imbalance among microbiota. There is no agreement on how to define or even characterize dysbiotic microbiomes. Building on the work of Morar and Bohannan, who explore five interpretations of “microbiome,” I offer a short supplemental analysis of what plausibly counts as “dysbiosis” according to each of the five distinct conceptions. My aim is to provide a more nuanced basis for interpreting claims, (...) primarily and most generally; and more specifically, provide a basis for those advancing pluralist or eliminativist arguments. (shrink)

While the term ‘glory’ appears most frequently in religious contexts, it is used to express concepts that are not fundamentally religious in character. Take what we consider to be our very best works of art, our most outstanding films, or our most impressive technological achievements. These are often acclaimed as being magnificent, dazzling, or spectacular. These notions are, if not quite synonymous with glory, close enough to justify the idea that the concept of glory is not far removed from common (...) ways of thinking about the world. For this reason, an analysis of glory promises to help illuminate concepts we commonly employ in thinking about highly valued aspects of our world. Nevertheless, concepts of glory also have a central place in religious thought, and even so little-to-no rigorous philosophical effort has been devoted to investigating concepts of glory in contemporary analytic philosophy of religion. This paper aims to correct that and use the resulting accounts of glory to illuminate difficulties with a recent argument for atheism by Bayne and Nagasawa. (shrink)

Externalists about epistemic justification have long emphasized the connection between truth and justification, with this coupling finding explicit expression in process reliabilism. Process reliabilism, however, faces a number of severe difficulties, leading disenchanted process reliabilists to find a new theoretical home. The conceptual flag under which such epistemologists have preferred to gather is that of dispositions. Just as reliabilism is determined by the frequency of a particular outcome, making it possible to characterize justification in terms of a particular relationship (...) to truth, dispositions are accompanied by concrete, worldly manifestations. By taking true beliefs as the result, not of certain processes but of particular dispositions, these epistemologists have attempted to respond to the numerous obstacles to reliabilism. Yet all this work has proceeded without regard to the wealth of contemporary work on the metaphysics of dispositions, making the new hope premature at best, ill-founded at worst. Combining contemporary dispositional accounts of justification with extant analyses of dispositions reveals that the latter is the case. The structural differences between epistemic justification and dispositions make it clear that not only should process reliabilism be abandoned, but the subsequent appeal to dispositions along with it. (shrink)

Conceptual models as representations of real-world systems are based on diverse techniques in various disciplines but lack a framework that provides multidisciplinary ontological understanding of real-world phenomena. Concurrently, systems’ complexity has intensified, leading to a rise in developing models using different formalisms and diverse representations even within a single domain. Conceptual models have become larger; languages tend to acquire more features, and it is not unusual to use different modeling languages for different components. This diversity has caused problems (...) with consistency between models and incompatibly with designed systems. Two main solutions have been adopted over the last few years: (1) A currently dominant technology-based solution tries “to harmonize or unify” models, e.g., unifies EER and UML. This solution would solidify modeling achievements, reaping benefits from huge investments over the last thirty years. (2) A less prevalent solution is to pursuit deeper roots that reveal unifying modeling principles and apparatuses. An example of the second method is a “category theory”-based approach that utilizes the strengths of the graph and set theory, along with other topological tools. This manuscript is a sequel in a research venture that belongs to the second approach and uses a model called thinging machines (TMs) founded on Stoic ontology and Lupascian logic. TM modeling contests the thesis that there is no universal approach that covers all aspects of an application, and the paper demonstrates that pursuing such universality is anything but a dead-end method. This paper continues in this direction, with emphasis on TM foundation (e.g., existence and subsistence of things) and exemplifies this pursuit by proposing an alternative representation of set theory. (shrink)

This paper evaluates the following argument, suggested in the writings of Donald Davidson: if there is such a thing as the given, then there can be alternative conceptual schemes; there cannot be alternative conceptual schemes; therefore there is no such thing as the given.

This paper argues that Davidson's argument against conceptual schemes fail against so-called "Applied Relativisms", i.e. theories of conceptual relativism found outside philosophy such as Whorf's. These theories make no metaphysical claims, which Davidson seems to assume. Ultimately, the misunderstanding (and resulting strawman argument) illustrates (the effect of) differences in conceptual schemes more than that it undermines it.